La relación entre trauma y dolor crónico

La evidencia científica ha demostrado ya que existe una relación entre trauma y dolor crónico. Diversos estudios han establecido una conexión entre trauma psicológico, somatización y dolor crónico. El trauma puede alterar la regulación emocional y el sistema neuroendocrino, generando síntomas físicos persistentes (Scaer, 2005; Van der Kolk, 2014). En este contexto, la somatización se entiende como la expresión corporal de conflictos emocionales no resueltos (Barsky et al., 2005), lo que suele generar respuestas ambivalentes del sistema médico, aumentando el sufrimiento de la persona con dolor.

El dolor es un fenómeno universal al que el ser humano ha tenido que enfrentarse siempre. El dolor puede actuar como señal de alarma tras un daño en algún tejido, pero existe también otro tipo de dolor en los que ninguna prueba puede mostrar rastro de una lesión tisular.

El dolor y el duelo son fenómenos estrechamente vinculados, no solo por su raíz etimológica, sino también por sus implicaciones psicológicas y neurobiológicas. Garciandía Imaz (2019) señala que el dolor crónico puede reflejar un duelo no resuelto, manifestado corporalmente, tras pérdidas significativas como una enfermedad o la muerte de un ser querido.

En “Dicen que no tengo nada. Las somatizaciones” (2021), el psiquiatra Javier García Campayo aborda el fenómeno de las personas que experimentan síntomas físicos persistentes como dolores musculares, fatiga persistente, problemas gastrointestinales, cefaleas y una variedad de síntomas físicos sin que exista un origen orgánico identificable. Esta condición, conocida como trastorno por somatización, refleja una compleja interacción entre factores emocionales, personales y sociales, siendo una de las causas principales la expresión somática del sufrimiento emocional, especialmente cuando no se dispone de herramientas para verbalizar el malestar emocional. Algunos rasgos de personalidad, como la autoexigencia, el perfeccionismo y la dificultad para identificar emociones predisponen al trastorno por somatización. También influye el aprendizaje temprano cuando se crece en entornos donde el cuerpo es el único canal legítimo para expresar malestar. A esto se suma un posible vacío existencial o desconexión con uno mismo, que el cuerpo traduce en síntomas físicos.

El dolor crónico ha sido reformulado en un modelo biopsicosocial que reconoce la interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales (Apkarian et al., 2009). La IASP define el dolor como una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a daño real o potencial. Elementos como el estrés, la depresión o las creencias disfuncionales modulan la experiencia del dolor y pueden favorecer su cronificación (Otero Ketterer, 2023).

Se estima que el dolor crónico afecta al 20 % de la población europea, representando un grave problema de salud pública. A nivel neurobiológico, muchas personas presentan fenómenos de sensibilización central, es decir, una respuesta aumentada del sistema nervioso a estímulos no dolorosos, influida por memorias traumáticas implícitas (Woolf, 2011).

La relación entre el trastorno por estrés postraumático (TEPT) y el dolor crónico es bidireccional. El dolor puede actuar como estímulo traumático, mientras que el TEPT contribuye al aumento del dolor mediante hiperactivación y atención selectiva al cuerpo (Roy-Birne et al., 2004; López et al., 2009).

La teoría multidimensional de Melzack y Casey (1968) propone que el dolor incluye dimensiones sensoriales, cognitivas y afectivas. Este enfoque explica por qué el dolor es una experiencia individual compleja, influenciada por la historia personal, el contexto social y las emociones.

 

¿Sabías que existe el dolor crónico primario y el dolor crónico secundario?

La CIE-11, elaborada por la OMS e IASP, distingue entre dolor crónico primario (una enfermedad en sí misma) como por ejemplo la fibromialgia o el síndrome del intestino irritable, que se caracterizan por la ausencia de una causa médica clara, es decir que su diagnóstico depende del impacto funcional y emocional, no de pruebas objetivas.

El dolor crónico secundario (derivado de otra condición médica) que se clasifica en siete categorías: el dolor oncológico, postquirúrgico, neuropático, visceral, musculoesquelético y el dolor orofacial o cefalea crónica (López Martín, 2024; Margarit, 2019).

 

¿Cómo pueden ayudar la terapia, el masaje y la educación somática a las personas que viven con dolor crónico?

A mi consulta acuden personas que buscan liberarse del sufrimiento de años y décadas de dolor persistente y crónico. Aprender a relacionarse con el dolor es un proceso que requiere de coraje, paciencia y mucha autoamabilidad.  En mis sesiones de terapia somática hago énfasis en la importancia de la educación somática. En mi experiencia como practicante y terapeuta el yoga sensible al trauma ofrece un enfoque compasivo, no invasivo y centrado en el cuerpo que puede ser altamente beneficioso para personas que conviven con dolor crónico y patrones de somatización. Los elementos de la seguridad, las opciones, la interocepción, la presencia, la humanidad compartida, la autocompasión y la autoconciencia para la regulación del sistema nervioso, permiten reconstruir la conexión con el cuerpo más allá del dolor, generando resiliencia y permitiendo mejorar la calidad de vida de las personas que viven con dolor crónico.

Además, el masaje somático, la educación somático y la terapia somática ofrecen alternativas complementarias a los enfoques médicos tradicionales, reconociendo el valor de la subjetividad personal y la participación de las personas como agentes activas en su proceso de recuperación y sanación.

 

 

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Con agradecimiento,

 

Jorge Cabellos

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