La relación entre trauma, somatizaciones y dolor crónico

Se estima que el dolor crónico afecta al 20 % de la población europea, representando un grave problema de salud pública. A nivel neurobiológico, muchas personas presentan fenómenos de sensibilización central, es decir, una respuesta aumentada del sistema nervioso a estímulos no dolorosos, influida por memorias traumáticas implícitas (Woolf, 2011). En este artículo te cuento acerca de la relación demostrable entre trauma, somatizaciones y dolor crónico.

 

Tipos de somatización

La correcta identificación del tipo de somatización es clave para evitar la medicalización innecesaria y orientar adecuadamente la intervención hacia modelos biopsicosociales centrados en regulación emocional, funcionalidad y calidad de vida. (García Campayo, 2015).

Dentro del espectro de los trastornos somatomorfos, se distinguen aquellos con una preocupación persistente por síntomas físicos que no pueden ser plenamente explicados por una enfermedad médica, y que generan un malestar clínicamente significativo:

  • El trastorno por somatización, también conocido como síndrome de Briquet, se caracteriza por la presencia de múltiples síntomas físicos de larga evolución que afectan diferentes sistemas corporales (gastrointestinales, neurológicos y sexuales, entre otros).
  • El trastorno somatomorfo indiferenciado implica la aparición de uno o más síntomas físicos inespecíficos que no cumplen criterios para otros trastornos somatomorfos, pero que resultan igualmente incapacitantes.
  • El dolor somatomorfo (trastornos de síntomas somáticos con dolor predominante) es una de las formas más frecuentes y complejas, ya que el dolor no tiene una causa médica reconocida, y se considera que factores psicológicos juegan un papel central en su inicio, gravedad o mantenimiento. Guarda mucha relación con la fibromialgia, el síndrome del intestino irritable o el dolor lumbar crónico inespecífico, con los que comparte mecanismos fisiopatológicos como la hipersensibilización central, la disfunción del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, y una alta comorbilidad con depresión y ansiedad.
  • El trastorno de conversión (trastorno de síntomas neurológicos funcionales) implica síntomas motores o sensoriales incompatibles con patologías neurológicas conocidas, y se interpreta como una expresión somática de conflictos psicológicos inconscientes.

¿Sabías que desde el año 2020 se redefinió a nivel internacional el dolor para incluir el dolor sin daño orgánico demostrable?

 

Los Síndromes de Sensibilización Central (SSC)

En 2020, la IASP redefinió el dolor como una experiencia emocional y sensorial desagradable, incluso sin daño visible, reconociendo la categoría de dolor nociplástico (IASP, 2020). Este puede encontrarse en la fibromialgia o en el síndrome del intestino irritable, y afecta entre un 5 % y un 15 % de la población.

En muchos casos, el dolor crónico no se asocia a daño estructural evidente. Esto ha llevado a definir los Síndromes de Sensibilización Central (en adelante, SSC), que incluyen condiciones como fibromialgia, migraña, fatiga crónica o dolor pélvico persistente. Todas estas comparten síntomas como fatiga, ansiedad y alteraciones del sueño, lo que sugiere un mecanismo común (Woolf, 2011; Casabella Abril, 2024).

En los SSC, el dolor se considera nociplástico, es decir, producto de una alteración en el procesamiento del dolor sin daño evidente. Se observa una hiperexcitación neuronal y una disfunción en las vías inhibitorias del sistema nervioso, que deriva en hiperalgesia y alodinia (Nijs et al., 2020). La neuroplasticidad permite que el sistema nervioso aprenda y perpetúe patrones de dolor, incluso sin daño real. Regiones cerebrales como la amígdala y la ínsula se activan de forma anómala, reforzando la “memoria del dolor”, especialmente si se acompaña de trauma, desinformación o miedo al movimiento (Moseley & Butler, 2015).

Un factor central en los SSC es la hipervigilancia neuroinmune, donde el cerebro interpreta señales inofensivas (luces, sonidos) como amenazas, activando respuestas de dolor protectoras (Woolf, 2011).

Entre los factores que contribuyen a este estado están:

  • Información errónea sobre el cuerpo y el dolor.
  • Experiencias traumáticas previas.
  • Observación del dolor en otras personas, reforzada por neuronas espejo.

Afortunadamente este mismo aprendizaje puede ser revertido. Comprender que se puede sentir dolor sin daño permite reducir la hipervigilancia y el miedo al movimiento.

La neurociencia ha demostrado que la percepción del dolor no depende solo del estímulo periférico, sino del contexto, la memoria y la atención. La vía lateral (sensorial), la vía medial (emocional) y la vía descendente (inhibidora) participan activamente en la construcción del dolor. El efecto placebo, por ejemplo, evidencia cómo la expectativa y el entorno modifican la respuesta dolorosa.

 

¿Cómo pueden ayudar la terapia, el masaje y la educación somática a las personas que viven con dolor crónico?

A mi consulta acuden personas que buscan liberarse del sufrimiento de años y décadas de dolor persistente y crónico. Aprender a relacionarse con el dolor es un proceso que requiere de coraje, paciencia y mucha autoamabilidad y autocompasión.

En mis sesiones de terapia somática hago énfasis en la importancia de la educación somática. En mi experiencia como practicante y terapeuta el yoga sensible al trauma ofrece un enfoque compasivo, no invasivo y centrado en el cuerpo que puede ser altamente beneficioso para personas que conviven con dolor crónico y patrones de somatización. Los elementos de la seguridad, las opciones, la interocepción, la presencia, la humanidad compartida, la autocompasión y la autoconciencia para la regulación del sistema nervioso, permiten reconstruir la conexión con el cuerpo más allá del dolor, generando resiliencia y permitiendo mejorar la calidad de vida de las personas que viven con dolor crónico.

Además, el masaje somático, la educación somático y la terapia somática ofrecen alternativas complementarias a los enfoques médicos tradicionales, reconociendo el valor de la subjetividad personal y la participación de las personas como agentes activas en su proceso de recuperación y sanación.

 

 

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Con agradecimiento,

 

Jorge Cabellos

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